Puede
afirmarse que Santiago de Cuba, como otras ciudades famosas del mundo,
tiene un encanto peculiar para enamorar. Las tradiciones, geografía y
hasta la música forman parte de esa particularidad que contribuye a que
el amor encuentre aquí un sortilegio adicional Por Dayron Chang Arranz
Santiago de Cuba, 13 feb.— Para el más
común de los viajeros –en medio de la agitación constante- cualquiera de
los parques de la urbe oriental pudieran pasar inadvertidos. Pero lo
cierto es que la complicidad de ellos en disímiles historias de dos,
convierten a los paseos de Santiago de Cuba en refugio para la cultura,
los amigos, las familias y el amor.
Como Venecia tiene sus
góndolas, París su Torre Eiffel, Holanda con sus campos de tulipanes y
New York paseos y avenidas; en Santiago de Cuba confluyen el clima, la
gente, su geografía y hasta la música cuando se trata de enamorar.
Por
cierto, esta última, la música cambió la esencia fundacional de uno de
los parques de la urbe oriental. En sus inicios Plaza de Marte era un
sitio alegórico a muertes, guerras coloniales o flagelación. La historia
de este emblemático parque de la ciudad cambiaría cuando a finales del
siglo XIX melodías de Sindo Garay, Matamoros, Pepe Sánchez, iniciaban en
ese rincón las tradicionales serenatas que bajaban las avenidas para
penetrar las llamada Covachita en la Casa de la Trova, asaltaban
balcones e incluso robaban besos entre ventanas.
Santiago de Cuba
se trastocaba en una ciudad que predispone a enamorar; recurso que los
actores Nancy Campos y Dagoberto Gaínza convierten aun en escenario de
su prolongado romance.
Tal si fuera un cuadro del teatro de
relaciones, de esas que termina trasnochadoramente en los vericuetos de
la ciudad bohemia o aquellas que se prolongan para esperar el amanecer
con una guitarra; Nancy vuelve a vivir los destellos de aquella época.
Durante
aquellos años, comenta la actriz, “conocimos a Waldo Leyva,
descargábamos con Augusto Blanca, reíamos con Pomares, con Carlos
Padrón, Maria Eugenia García, Obelia Blanco, Enrique Molina y nos
enamoramos nosotros.”
Junto a su compañero la memoria de Nancy va
evocando a la vez que le hormiguea el estómago emocionada. Hasta que
expresa: “Waldo Leyva escribió su poema a Santiago, en esos días en los
cuales Dagoberto y yo nos amábamos.”
Por un momento el diálogo se trastocó en gesto de asombro para el
eterno Santiago Apóstol (personaje de Dagoberto) y le corrigió con la
mirada de lo eterno: “Nos amábamos no, Nancy. Nos amamos.”
De
añejas pasiones como las Bacardí y Elvira Cape, o Maceo y María Cabrales
cada rincón de Santiago de Cuba pudiera dialogar. Pero las silencia
para reservarse ese encanto que jóvenes como Frank País supieron
apreciar.
Cuentan que por diversos parques y calles de la ciudad
esperaba con flores, poesías y serenatas a su cortejada América
Domitrov. Tal sensibilidad acompañaría al líder de la clandestinidad
incluso horas antes morir cuando dejó escuchar en el teléfono un viejo
bolero que decía: “Ya no estás más a mi lado corazón, en el alma solo
siento soledad y si ya no puedo verte porque Dios me hizo quererte…”
Canciones
como estas no han sido pocas, de esas que logran desagarrar. Bonne es
de los músicos santiagueros que aún las compone y confiesa tener en su
esposa la inspiración.
Juana Elba confirma que así fue como Bonne
la enamoró “mientras me recitaba poesías que hacían de él un hombre
encantador. Yo siempre salía de la iglesia y el me esperaba para
cortejarme.”
Cuando sonaban las campanas de la iglesia ya “yo
sabía que podía verla pasar. De esa anécdota salió una canción que luego
mi hijo Angelito la hizo popular,” narra el compositor.
De esas
experiencias muy íntimas. De la gente desmedida y las calles iluminadas u
oscuras. De los corazones abiertos que percibió la poetisa Dulce María
Loynaz a pesar del calor y el polvo, de esa luna llena de Lorca y hasta
de los entresijos de la ciudad sedienta de Jorge Mañach; en todos esos
motivos uno encuentra esa gracia adicional para enamorarse en Santiago
de Cuba.