Por María Elena López Jiménez
Santiago de Cuba, 7 jul.— Cuando se
escribe o se habla de El Diablo Rojo, se va más allá de un personaje de
la ciudad… Es aseverar que fue un hombre de su tiempo, amante del
terruño; un peregrino en patines, desde su ciudad, Santiago de Cuba
hasta La Habana.
Emilio Benavides Puentes nació el 6 de
octubre de 1901 en Santiago de Cuba. Tuvo 23 hermanos y una hermana. Su
existencia estaba llena de avatares que los signaron como hombre
procedente de un hogar muy pobre.
De pequeño, en medio de la
penuria en que vivía su familia y que lo obligó a realizar cuanto
trabajo apareciera, tuvo dos grandes aficiones que, con el tiempo, le
traerían la fama: los patines y el baile, específicamente el Charleston.
Por el año 1927 se hizo asiduo visitante de la compañía teatral
bufa de Bolito. Cuando bajaban el telón en el intermedio de la obra,
Emilio se ponía a danzar en las graderías del teatro. Un día el dueño lo
vio y le gustó tanto el desparpajo del joven que lo contrató como
bailarín excéntrico y acrobático. Fue precisamente en este rol cuando,
durante una actuación en Holguín, lo bautizaron con el mote que lo marcó
para el resto de su vida: El Diablo Rojo. Lo de diablo era por sus
movimientos, y lo de rojo, por el color de la ropa que vestía.
Muchas
anécdotas casi mitos, marcaron su etapa de teatrero. Una vez en un
hotel de Puerto Padre, por los años 30 del pasado siglo, el Diablo Rojo y
otros amigos de la compañía, empataron varias sábanas y se descolgaron
hacia la calle, con las maletas, desde un piso elevado, porque las
recaudaciones no le alcanzaban para pagar habitaciones.
Tuvo
momentos muy difíciles en los cuales no aparecía trabajo y pernoctó en
el parque de Monte y Prado, en la Habana. En una ocasión, leyó un
anuncio en un periódico sobre patines “Chicago”. Se presentó a la
convocatoria y lo contrataron. Como promotor de ese negocio, nació una
de sus mayores hazañas muchos han contado: un viaje en patines entre la
capital y la localidad que lo vio nacer. El tramo lo recorrió en 7 días y
3 horas. En total, a lo largo de su vida, hizo cinco viajes entre
Habana y Santiago de Cuba: tres para la capital y dos hacia su ciudad.
Siempre en funciones propagandísticas.
Pero esta no fue su única
proeza. En una oportunidad bajaba, junto a otros patinadores, la
empinada loma de la vía santiaguera San Félix, y al cruzar la calle
Santa Lucía se le interpuso un automóvil. En ese breve momento, donde
sólo se veían dos oportunidades: estrellarse contra el auto o contra una
pared; Emilio no lo pensó dos veces, se agachó y saltó por sobre el
carro. Todos los presentes rompieron en vítores y aplausos, creyendo que
se trataba de algo ensayado, e incluso le pidieron que lo repitiera,
pero el patinador sólo atinó a perderse del sitio.
Sin embargo,
al parecer le tomó el gusto pues luego lo repitió muchas veces hasta
contabilizarle más de 3000 saltos sobre autos. También lo hizo encima de
12 bicicletas en conjunto y sobre muchachos que se acostaban en el
pavimento. Uno de los mayores recuerdos fue su propaganda en la tienda
“El Machetazo”, llena de colorido y habilidades.
Luego del
triunfo de la Revolución en 1959, el Diablo Rojo realizó varias labores:
mensajero; mozo de limpieza, vendedor de refrescos, emparedados y otras
mercancías en cines citadinos. Hasta que en 1969 se jubiló. Justamente
en esa época comenzó a desarrollar una labor que le ganaría un lugar
definitivo en el corazón de los santiagueros.
Vestido con
uniforme de miliciano, el Diablo Rojo, incluso ya octogenario se dedicó a
cuidar la seguridad de los niños de la escuela “Armando García”, en la
popular calle Trocha, regulando el tránsito de la zona. Con las piernas
en semi cuclillas y los brazos extendidos, controlaba el tránsito para
que las filas de niños cruzaran la calle.
Volvía a vestir el
traje de Diablo rojo en la época de carnaval, entonces paseaba elegante
con un garbo único por las calles de su Santiago de Cuba hasta concluir
frente al jurado de la fiesta, donde hacía gala del donaire de artista
espectáculo.
En el documental sobre su historia realizado por el
cineasta cubano Octavio Cortázar, en 1986 dijo: “Yo sé que es una
locura el tirarme así delante de los carros pero la vida de los niños es
lo principal”.
Y el cineasta narró: “Resulta una fiesta verlo
ejercer su tarea, deteniendo incluso a los propios policías motorizados,
quienes le dedican un saludo al pasar por su lado. Cede el paso a los
automóviles con un simpático baile, que recuerda los mejores pasos del
Rey del Pop; o dedica un regaño a un conductor que no frenó a tiempo
ante la presencia del paso peatonal. En cuatro ocasiones había sido
atropellado durante su trabajo en esa esquina santiaguera,
fundamentalmente por ciclistas, pero eso no impidió que cada mañana
regresara a su puesto porque, aunque sus amigos le dicen que no tiene
por qué hacer eso, él prefiere no ser uno de esos mayores que se pasan
todo el día sentado en un parque”.
Pero su labor con los niños no
consistió solo en proteger su traslado hacia la escuela. En el interior
de la “Armando García”, el Diablo Rojo, aconseja a los pequeños de
pre-escolar, les canta, les conversa sobre la importancia de la escuela y
(no puede faltar), les dedica un simpático baile ante las sinceras
carcajadas de los infantes.
Se emociona hasta rajársele la voz
cuando, una semana antes de su cumpleaños 85, los pioneros le celebran
su onomástico. “Es la primera vez en mi vida que celebro un cumpleaños”,
dice, y pide que lo acompañen en coro con “una poesía” que en verdad es
una fusión de varios poemas que termina con los inolvidables versos de
Bonifacio Byrne…”
El documental concluyó con el Diablo Rojo sobre
sus patines, atado con telas alrededor de sus octogenarios pies,
danzando sobre ruedas, o alzando una pierna mientras desciendía
Enramadas apoyado sobre solo un patín, ante la mirada atónita de los
transeúntes.
El 22 de febrero de 1995 murió el Diablo Rojo. Dejó 6
hijos, 13 nietos y 2 bisnietos. Junto a su féretro, niños del colegio
ubicado en Trocha, a los cuales él dedicó sus últimos años, hicieron
guardia de honor.
En el periódico Sierra Maestra de marzo de 1995
se dio a conocer la noticia. El periodista Rafael Carela le dedicó un
homenaje titulado “Un adiós sin olvido al gesto del hombre”. El Diablo
Rojo ha muerto. Es como si se apagara una luz en las calles de Santiago
de Cuba.
Así lo describió la crónica póstuma: “Porque ya no se
verá más la enternecedora locura de dejar la tranquilidad de su retiro
para proteger el paso de los niños, dirigiendo el tránsito, bajo un sol
en cenit, en la Trocha del Tivolí santiaguero. Porque la pobreza vestida
de rojo no le disputará al viento la carrera, anunciando productos
alejados del alcance de sus manos. Porque sólo quedará en la memoria
aquel impulso felino en patines de un hombre que ya es leyenda”.